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Por eso estamos como estamos

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A ella le mataron al hijo, al nieto, le quitaron la casa, la desplazaron, la violaron. La lista es más larga que cuando termina uno tiene el corazón quebrado y esa sensación de no entender cómo una persona puede resistir tantas cosas. Tantas cosas le han pasado a una sola mujer. Y luego, no se ha acabado: ya está vieja, dice, y cansada. Le duele el cuerpo. No tiene pensión. Todas las semanas debe rebuscarse casas para limpiar y tener dinero para comer y pagar el arriendo. De eso depende, de varios que la llamen. Y de que ese cuerpo adolorido funcione.

Pero ser pobre es una decisión. El pobre es pobre porque quiere, porque le falta talante, ambición, sueños, rebusque, aguante. La aguapanela quita el hambre y da energía.

Nada tiene que ver que para salir de la pobreza en Colombia, excepto que pase un golpe de suerte, alguien tiene que esperar 11 generaciones, según el informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Tendría que vivir al menos 330 años. Ser un vampiro.

Sobre ese informe, la directora general de la OCDE, Gabriela Ramos, dijo a BBC en 2018 que Colombia era el país más desigual de América Latina por su alta concentración de ingresos. «El problema es que ha habido un crecimiento excepcional de la riqueza, pero vemos al mismo tiempo cómo hay familias que siguen atrapadas en la pobreza o en trabajos informales de mala calidad”.

La lista Forbes de abril de 2024 lo corrobora. Los cuatro colombianos más ricos aumentaron su fortuna 77 % durante el último año en el Gobierno Petro es el titular de Semana. Entre los cuatro, David Vélez, cofundador de Nubank; Jaime Gilinski, el empresario y banquero que tiene inversiones en varios sectores; el también empresario Luis Carlos Sarmiento Angulo, quien está en esa lista hace tiempo, y Beatriz Dávila de Santo Domingo, empresaria del negocio cervecero, pasaron de tener 17.100 millones de dólares en 2023 a 30.300 millones en 2024. Y aquí viene una frase bien importante en el artículo de la revista: “Los ricos de Colombia, aún en una época de fuerte impacto en la economía, no dejaron de agrandar sus fortunas”.

La pobreza se hereda. Ya lo había mostrado un informe del Observatorio Migratorio y Desarrollo de la Universidad de Harvard, en 2021, y hace poco también una investigación del London School of Economics: la pobreza extrema es una cadena; familias que no logran cambiar su situación en al menos tres o cuatro generaciones. Según ese último informe (leo en un artículo de La República), en Colombia la tasa de herencia de pobreza es del 52 %.

Pero es que la gente es tan perezosa, por eso estamos como estamos. Quieren que todo se los regalen y se ponen a tener un montón de hijos que no pueden mantener. Y el Gobierno, queriendo llenar a los pobres de subsidios y ponerles más impuestos a los ricos. El presidente Uribe lo dijo mejor: “El Gobierno ‘quiebra la economía de los ricos y con subsidios administra la de los pobres para condenarlos al hambre’… somete a los pobres a vivir del Estado para después abandonarlos”.

Pero espérate ome, ¿los pobres no han estado abandonados, digamos, por decir algo, desde siempre? ¿Que hay lugares en este país a los que el Estado nunca ha llegado?

¿Te acordás de esa noticia de mayo de que las disidencias de las Farc y la comunidad en El Triunfo, en San Vicente del Caguán, construyeron un colegio y el gobierno lo quiere formalizar? ¡Tan insólito!

Ahora, no estoy hablando de un gobierno en específico, sino de todos los que han fallado: esos territorios están tan escondidos en el mapa y en la cabeza y en el bolsillo y en los intereses económicos.

Y sí, un país es un complejo de cosas. La pobreza, por ejemplo, no es fácil de romper, de cerrar la brecha, y mucho menos equilibrar la repartición de la riqueza en un mundo capitalista. Pero quizá de las cosas más difíciles, o tristes, es esa defensa férrea del individualismo, del mundo funciona bien, si funciona bien para mí. El yo ahorro lo mío y qué importa si el otro aguanta hambre. El de la economía va bien para los ricos, pero miles se mueren de hambre.

El ejemplo es Argentina: el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica de ese país estimó que 25.000.000 de ciudadanos vive en situación de pobreza y la tasa de indigencia se duplicó, de acuerdo con un artículo de Página 12. Pero la economía va de maravilla, según el gobierno. Baja inflación, superávit. Por lo menos Milei, el presidente, lo tiene claro: «¿Ustedes se creen que la gente es tan idiota que no va a poder decidir? Va a llegar un momento donde la gente se va a morir de hambre… De alguna manera va a decidir algo para no morirse. No necesito que alguien intervenga para resolverme la externalidad del consumo, porque alguien lo va a resolver».

Claro, lo va a resolver el pobre que no quiere ser más pobre. Dirán: Universo, no quiero ser más pobre. Y no estaremos más como estamos. Maldición, por qué no se nos había ocurrido antes.

Sin embargo, se nos puede ocurrir lo que la economista Esther Duflo, Premio Nobel de Economía, propone: «No necesitamos soluciones grandiosas. Pequeñas intervenciones bien diseñadas pueden tener un impacto significativo. Programas de transferencias condicionadas, acceso a microcréditos y mejoras en la educación son algunas herramientas que han demostrado ser efectivas». Solo que para que esas pequeñas soluciones funcionen se requiere un cambio de mentalidad colectiva. Dejar de ver la pobreza como un fracaso individual y entenderla como lo que es: un fracaso estructural de todos.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/monica-quintero/

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