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«Dice el tópico que la civilización es un barniz finísimo que salta ante el menor arañazo, dejando a la vista la barbarie.»

Sergio del Molino.

Nos acostumbramos a todo. Incluso a que quienes aspiran o llegan a ser líderes de naciones sean payasos de circos que terminan siendo nuestros. Me pregunto a qué tipo de personas admiramos hoy, en esta sociedad del espectáculo que expone masivamente los circos de los diversos payasos y los convierte en política, en conversaciones sobre lo serio desde lo burdo, desde la más profunda burla a la inteligencia y a quienes anhelan que esas conversaciones les cambien la vida.

Hace poco preguntaban en un chat grupal si Milei le convendría a Argentina y hubo un par de respuestas sobre la economía. A mí es que me parece inconcebible debatir sobre economía partiendo del tipo de la motosierra y la comunicación con sus perros muertos, el tipo de los alaridos y los insultos a todos los que no piensan como él, el tipo que dice que quienes tengan hambre ya lo resolverán porque brutos no son, el tipo que grita “viva la libertad, carajo”, pero quiere eliminar el aborto, y a la vez considera que una persona debería poder vender sus órganos porque en ese caso sí es dueña de su cuerpo, un tipo sin un mínimo de decencia, de seriedad, que contradice los valores más básicos, como para poder ser un referente ya no moral, sino al menos de inteligencia, humanidad y buen juicio ante una nación y un mundo que observan, llenos de gente desesperada por una vida mejor.

¿Cualquier cosa es aceptable si va en la dirección que cada quien prefiere? Digamos que alguien está de acuerdo con ese estado casi inexistente que propone Milei, porque considera que así mejorará la economía y esa es su prioridad, ¿entonces legitima a un demente para que tome las decisiones más importantes de esa sociedad? ¿Obviaremos de aquí en adelante al ser humano en pro de algún objetivo, en una especie de el fin justifica los medios escalofriante por inhumano (y por mediocre)? Escribió el Nobel de Economía Joseph Stiglitz, hablando sobre la posibilidad de que el condenado Donald Trump llegue nuevamente al poder, que «el sistema económico en el que vivimos refleja y moldea aquello que somos y aquello en que podemos convertirnos. Si como país apoyamos a un estafador egoísta y misógino (o no damos importancia a esos atributos, considerándolos defectos menores), nuestros jóvenes absorberán el mensaje, y terminaremos con más bribones y oportunistas al mando».

¿En qué se convertirá el mundo si lo dejamos en manos de gritones egocéntricos y profundamente inseguros insultándose en busca de la atención que su propio vacío les exige? Es bastante deprimente que haya millones de personas que no ven la manipulación, que no se dan cuenta de que se ríen de ellas, que les creen a estos payasos cuando dicen perseguir algún bienestar distinto al suyo. Las mujeres que defienden a Bolsonaro, los inmigrantes que defienden a Trump, los pobres que defienden a Milei, los israelíes que anhelan paz y seguridad que defienden a Netanyahu. ¿En qué momento dejaron de ver y de oír? Se quedaron con el volumen del show y se olvidaron del contenido. Como dijo la escritora Pola Oloixarac, “los líderes ya no buscan admiración y respeto de sus pueblos, solo atención. Se venera la maestría en el drama; a quien comande y administre la atención se le premia con la confianza”. Qué futuro triste.

Es entendible que, especialmente cuando falta educación, quienes sienten desesperación con su situación actual, sumada a la creciente ansiedad en un mundo caótico, crean que lo extremo puede ser la solución. Como escribió Santiago Alba Rico, “Cada vez hay más gente cabreada que prefiere una mentira estimulante a una verdad banal. (…) Milei nos ofrece una motosierra; Llados, una varita mágica. La motosierra y la magia son señuelos irresistibles en tiempos de crisis.” Si no queremos que el futuro sea así de triste, que la vida se nos quede en manos de energúmenos sin horizontes más amplios que los de sus propios espejos, debemos profundizar la capacidad de observación. Dice la periodista y doctora en Humanidades Berta Ares que “solo una imaginación sana y creadora puede ahuyentar a las furias, ayudar a aguzar el criterio, a desconfiar de políticas que tratan de enterrar los recuerdos antes de que las heridas curen, o las que impelen al tribalismo, las que apartan del consuelo, del sueño y de la reconciliación. La imaginación puede ayudarnos a configurar otro modo de ser y de habitar el tiempo”.

Hay que intentar imaginar un futuro que ilusione, pero no desde una desesperación que persiga espejismos, sino desde una racionalidad esperanzada. Las decisiones desesperadas se devoran las últimas fuerzas corriendo hacia el abismo. Si cada uno imaginara más profundamente la vida, invocara su mejor versión, creo que se haría más visible lo que no es aceptable.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-franco-r/

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