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De mis maestros para mis alumnos

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Estamos terminando el semestre académico y, en este punto, lo más habitual son las caras de cansancio, las ojeras y algo de desasosiego en la mirada. Uno les pregunta que qué han hecho y casi todos responden que estudiar… Así, lánguidos, como tristes.

Mi tío Hernán, el escritor, hace muchos años me contó que cuando sus estudiantes respondían así, él les preguntaba de nuevo: “¿estudiar o aprender?”. Eso lo aprendí de él y así mismo les pregunto a ellos. Dudan mucho y al final, medio resignados, responden que sí, que aprender también. Pero no se convencen del todo.

Pablo, mi maestro de la vida, hizo que me cuestionara por el método, por el sentido. Este aprendizaje no termina, aún me cuesta; pero, trato, de manera consciente, de hacerme las preguntas básicas antes de empezar cualquier tarea: cómo, por qué, para qué…

En los alumnos se nota la ausencia de método, lo que repercute en dar tumbos y multiplicar esfuerzos para caer fundidos. Por eso, les cuesta comprende que mucho estudio no es sinónimo de mejor aprendizaje. Recurren, con frecuencia, al muy conocido: “Profe, me esforcé mucho; me trasnoché estudiando…”.

Entonces, insistirles: el método. Les menciono que, en vez de trasnochar al final, podría ser mejor alternativa estar atentos durante las clases del semestre, tomar nota a mano, asumirse en el presente del aula y desconectarse de las pantallas y sus múltiples presentes; hacer dibujos, esquemas, usar colores. Leer sobre aquello que les interesa y conversar, dudar, escribir.

Les repito que estar atentos no es solo cuestión de voluntad, sino que requiere disciplina. Es mucho más fácil dispersarse. Pero a la universidad se llega con un propósito que implica trabajo: crecer. La joven que ingresa es una; la mujer que se gradúa es otra. El paso por las aulas radica en obtener más perspectiva de los fenómenos; en tratar de comprender la complejidad humana; en ser más competentes y solidarios. Si no, habrá sido en vano.

Al final, entre tantas caras decaídas, aparece la esperanza:

En las miradas de Susana, Isabella y Valentina hay curiosidad: una fuerza contundente que las impulsa. En Salomé hay consideración. En Ana Isabel hay duda. En Sofía, justicia. En Alejandro, humildad.

Luego, Juan Manuel preguntó: “Profe, ¿cómo ser poeta?”. Entonces, conmovida, le respondí lo que me dijeron mis profesores: leyendo y escribiendo. Y de mi parte, le agregué: observando, oyendo, olfateando, probando, palpando, caminando, abrazando.

De mi mamá, mi primera maestra, aprendí que la dulzura y el buen trato enriquecen la práctica docente. Y más importante, que la búsqueda del conocimiento también es un ejercicio alegre. Ojalá que en todos los semestres los profesores acompañemos a los alumnos a descubrir sus propios métodos. Pero, sobre todo, más allá de lo técnico, que entre todos nos permitamos maravillarnos con cada aprendizaje, que estemos dispuestos para abrazar lo más bello y lo más terrible. Que nos entusiasme saber que nada sabemos.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/maria-antonia-rincon/

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