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El narcotráfico: causa y reflejo de nuestros males

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Con frecuencia se dice que el narcotráfico es el germen de casi todos nuestros males. Directamente por los problemas de criminalidad y salud pública que genera; o, indirectamente, por sus fatídicas alianzas con otros grupos al margen de la ley, sean guerrilleros, paramilitares o delincuencia organizada, o porque, al tiempo, ha generado una cultura del dinero fácil y rápido, entre otros nefastos efectos colaterales.

Es innegable que el narcotráfico nos ha dejado una herencia funesta, además de una estela de muertos, muchos de ellos inocentes. No está en discusión, pero es miope creer que es, apenas, la única o principal fuente de nuestros infortunios. Y es cómodo no entender ni asumir que, además de causa, es también el efecto o reflejo de tantos otros flagelos y patrones culturales. Y eso no es revictimizarse, como alguna vez me respondió en una conferencia, con tono de fastidio, Alejandro Gaviria. Es reconocer que, como tantas otras de nuestras desgracias (autodefensas, guerrilla, paramilitarismo), no surgieron de la nada. Sin justificarle su barbarie, no se puede desconocer que emergieron en el marco de unas condiciones históricas, tanto materiales como culturales, que favorecieron su emergencia y posterior apogeo. No se dieron silvestres; nacieron en tierra mala. Comprender no es justificar.

Si no fuera así, por qué en unas regiones florecieron y en otras no, o cómo se explica que tengan formas de actuación distinta, que terminan siendo de fondo. Por ejemplo, mientras el cartel de Medellín quiso tomarse el estado por la fuerza, el de Cali quiso comprarlo y, luego, el narcoparamilitar cooptarlo. O, por qué el de Juárez tiene un modus operandi diferente al de Sinaola, y, aun en este, los Zambada y los Guzmán actúan de forma diferente.

He tenido la oportunidad de estar en Sinaloa y su capital Culiacán, trabajando en temas de construcción de paz, tanto con el sector privado como con el público, y allí por lo menos admiten que vacíos institucionales, del estado y de los empresarios, han facilitado el crecimiento y actuar de las estructuras criminales. Mientras haya autocrítica, hay más esperanzas de solución. Algunos van más allá: reconocen que, de alguna manera, han sido, en silencio, complacientes con ellos, porque mueven la economía y con ello se benefician sus negocios.

Aquí la reflexión y la autocrítica institucional brilla por su ausencia, y son el reflejo de una sociedad hipócrita, que ha consentido este fenómeno, ante la falta de creatividad y pujanza de otras épocas. Con la letanía maniqueísta de que “los buenos somos más”, creemos que el problema se soluciona capturando “cabecillas de alto valor”, y que todo el que delinque no es más que un bandido, como el “Desquite” de Gonzalo Arango, que aplica no solo para guerrilleros, sino también para paramilitares y narcos.    

En Colombia, y particularmente en Antioquia, la cultura del dinero fácil y rápido, tan afín o proclive al narcotráfico y a las rentas criminales, no nació con el cartel de Medellín, aunque la haya acentuado. Hemos sido una sociedad en exceso competitiva y aspiracional -a veces, bastante arribista- que canalizaba estos instintos en la pujanza, la disciplina y la constancia, guiados por una dirigencia conservadora y culta a la vez, mucha de ella formada en la Escuela de Minas de la Universidad Nacional en Medellín. Con el declive de esa dirigencia, entre otros factores, tales valores fueron paulatinamente eclipsados por otros más cortoplacistas, y el trabajo arduo y sistemático, otrora motivo de orgullo, especialmente cuando fuimos una sociedad arriera, minera o industrial, es ahora un indicador de improductividad: mucho esfuerzo con pocos beneficios. Sé que es un síntoma de nuestra época y no apenas de Antioquia, pero en algunas regiones, como la nuestra, está más acentuado.

Si el cambio cultural es producto de cambiar unos valores y satisfactores por otros, eso fue lo que pasó aquí, para bien en algunos casos, para mal en tantos otros. Por más que nos mintamos diciendo que son pocos los que dañan el país (“las manzanas podridas”), no podemos ocultar el hecho de que mínimo la mitad de nuestra economía es ficticia, y, gran parte está soportada en el narcotráfico y las rentas criminales, que a menudo generan burbujas económicas.

Estoy convencido de que falta comprensión del fenómeno, pero estoy más de que no queremos entenderlo ni solucionarlo. Nos falta creatividad y dirigentes con el talento y el talante para lograrlo; y nos falta, sobre todo, humildad para reconocer que también somos parte del problema y no solo la solución, empezando por nuestros grandes empresarios, que nunca se han reconocido en esa doble dimensión. Ellos son los héroes, y yo no digo que sean los villanos, pero de que los usan y los necesitan para mantener sus emporios, no me queda la menor duda. Han sido cómplices o cuando menos complacientes, con el narco y males conexos. El narcotráfico es, sin duda, la causa de muchos de nuestros problemas, pero también es el reflejo de otros tantos, que en vez de solucionarse tienden a acentuarse, porque este país ya no sabe -y quizá ni quiere- vivir sin las rentas criminales.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/pablo-munera/

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