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Ey, vecino, bajale al volumen, por fa, pero no me matés

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Gilberto les pidió a sus vecinos del primer piso que le bajaran el volumen a la música. Quería dormir. Eran las cinco de la mañana, domingo 12 de mayo de 2024.  La fiesta se había alargado. Se alzaron las voces. Gilberto, 48 años, murió por herida de arma blanca: cinco puñaladas, una en el cuello y cuatro en la espalda.

Era tan fácil: el volumen se baja apretando el botón de la flecha hacia abajo o girando la perilla hacia la izquierda.

Pero lo mataron.

Repetición (con otros detalles)

Hernán les pidió a sus vecinos que bajaran la música. Era de madrugada, domingo 10 de julio de 2022. La fiesta se había alargado. Grabó un video, lo insultaron, “Hp, Olafo, el amargado”, se fue a dormir. A las 7:00 de la mañana los vecinos le tocaron la puerta. Abrió y eran un hombre y dos mujeres. Lo golpearon. Hernán Darío, 67 años, murió ese día. O eso sintió: le estallaron los ojos. Para él esa es la muerte. Se había jubilado para dedicarse a leer y a escribir.

Era tan fácil: el volumen se baja apretando el botón de la flecha hacia abajo o girando la perilla hacia la izquierda.

Pero lo dejaron ciego.

Parece simple decir: es solo una fiesta, tan amargado el vecino. Pero, ¿y si usted es el vecino que no está en la fiesta y quiere dormir? ¿Por qué tiene que escuchar la música que no le gusta? ¿Por qué no puede dormir?

En el mundo vivimos más de 8.000 millones de personas. Es decir: 8.000 millones de personas compartimos el mundo. Vaya más cerca: en Medellín viven más de 2.700.000 personas. Es decir: los 382 kilómetros cuadrados son compartidos por más de 2.700.000 de personas. La densidad es de 6.643 habitantes por kilómetro cuadrado.

Y entonces, ¿por qué tan intolerantes?

Somos una sociedad bullosa y además se nos olvida el otro: en la burbuja individual el otro es un desconocido que estorba. Pero vivir en sociedad nos obliga a ser tolerantes y a comportarnos. También a conversar: qué hay de malo en pedirle al vecino que le baje a la música. O por qué no podríamos llegar a un acuerdo: vecino, hoy nos vamos de fiesta, ¿nos acompaña, nos aguanta un rato? Pero soy ilusa: los vecinos ya no conversamos.

Nos hemos acostumbrado a que somos una sociedad violenta y entonces o nos quejamos, nos insultan o nos matan o, como nos pueden matar, nos quedamos callados. Cuántas veces hemos dicho yo mejor no digo nada porque qué miedo, quién sabe quién va en ese carro. Aquí entra también la justicia por mano propia. Mejor soluciono eso a los golpes. Nos mantenemos con los guantes puestos, diría el dicho. No vemos la posibilidad de la equivocación: peleamos desde el principio.

¿Por qué es tan difícil ponerse en los zapatos del otro?

Somos intolerantes y violentos, y tampoco sabemos vivir en comunidad. Parecen lo mismo, y lo uno puede llevar a lo otro, pero con lo primero nos matamos, con la otra nos comportamos mal.

Tal vez habría que empezar por recordar: somos distintos. Que a usted le guste el reguetón o la bulla o la música alta no implica que a mí me guste. Hay quienes nos sentimos bien en el silencio y no entendemos por qué la música suena mejor con todo el volumen o por qué debemos escuchar música cuando no queremos. Debemos encontrar el punto medio, ahí donde los dos nos sentimos a gusto. Compartir el mundo.

No es fácil, claro. De hecho, para eso existen las reglas: para poder vivir en comunidad. Las reglas cambian según la cultura, y ahí entran los matices, pero hay que empezar en casa, dejar de pensar que porque a usted no le molesta, al otro tampoco. Esa superioridad de “yo merezco más, soy más importante”. Piense en el popó de los perros: siempre es molesto pisar una mierda. Siempre.

También es que nos acostumbramos a compararnos con todo: es que si el otro lo hace, yo por qué no lo voy a hacer. El vecino no recoge el popó, yo tampoco. La próxima pongo la música más duro. Y esos son ejemplos de comportarse mal, que luego pueden volverse en casos de intolerancia. ¿Qué hacer? Mucho, pero lo que está más a la mano, lo que puede hacer ya, es empezar por controlar lo que está a su alcance. Es un cliché, pero el ejemplo empieza en casa. El cambio empieza en cada uno: qué hago yo para aprender a vivir en comunidad y ser más tolerante.

En todo caso, nunca la respuesta es la violencia. Este país ha estado tantos años en guerra que quizá nos hemos vuelto indiferentes. Tal vez se nos volvió paisaje, lo vemos como solución. Y no. Dejemos de normalizarla: no puede ser que a alguien lo maten por querer dormir y pedir que le bajen el volumen a la música. Una bala o un golpe no pueden ser la respuesta: callar al otro, borrarlo.

A esos dos señores los mataron por pedir que bajaran el volumen. El ejemplo de hoy es el ruido, pero qué sigue: ¿Que nos matemos por pedirle a alguien que recoja la mierda del perro? ¿Que nos golpeemos por pedirle a otro que use los audífonos para escuchar música o ver videos en el celular? La lista puede ser larga y un hecho simple puede convertirse en un crimen.

Qué peligro. Y no. No puede ser.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/monica-quintero/

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