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Una de las características de las ciencias sociales es la naturaleza polémica de las categorías con las que trabaja. El concepto de populismo, tan utilizado en la conversación cotidiana hoy, es seguramente uno de los más controvertidos. No hay un acuerdo frente a qué nos referimos cuando hablamos de populismo y su uso más común es como adjetivo descalificativo. Se dice que un político es populista cuando miente o hace promesas grandilocuentes e irrealizables, o cuando no es de nuestro agrado.
Se podría decir que el populismo hoy es una forma de describir una ideología política y un insulto. Como ideología tiene entre otras las siguientes características: 1. La presencia de un líder carismático que promete recuperar la democracia, que, según él, está cooptada por la élite, o la oligarquía, o el poder económico, o el enemigo interno. 2. La construcción narrativa de amigo-enemigo. El líder y su pueblo al que nombra de muchas maneras (los descamisados, las cabecitas negras, los nadies) se enfrentan a algún tipo de élite. 3. La reivindicación y celebración de la soberanía popular como máximo ideal político y social, a través de la instauración y el fortalecimiento de diseños institucionales de democracia directa. 4. El carácter redentor y mesiánico del líder que guiará a su pueblo al encuentro de una real democracia. 5. La relación estrecha entre el líder carismático y su pueblo. Él es el único que entiende realmente las necesidades de su pueblo y por eso debe guiarlo.
Estas características no son exclusivas del populismo. Otras manifestaciones políticas como el caudillismo, el autoritarismo y el totalitarismo tienen algunas de ellas. El populismo es un concepto de bordes difusos que se conecta con otras ideologías, pero esas similitudes no igualan las categorías al punto de poderlas tratar de manera indistinta. Cada una de ellas tiene particularidades que las distinguen de otras. Es un error pensar al populismo como equivalente del autoritarismo o del totalitarismo porque todos tienen un líder carismático y una relación con el pueblo mediada por la demagogia y las emociones.
Ahora bien, la literatura sobre populismo se divide en dos posturas más o menos claras. La primera asume al populismo desde su posibilidad de ampliación democrática. La segunda lo entiende como una amenaza de la democracia. El populismo plantea que la democracia representativa no es un régimen que se base en la soberanía popular, por lo que la tarea del líder es ampliarla vía instituciones de democracia directa, donde sean los ciudadanos y ciudadanas quienes realmente tomen las decisiones. Este proceso puede ser positivo para la democracia liberal, dada la creciente y antigua crisis de representación. Incluso la democracia representativa ha incluido recientemente mecanismos de participación directa reconociendo esto que los populistas señalan con tanta vehemencia. De ahí entonces su posibilidad como ampliación democrática.
De otro lado, la amenaza radica en la figura del líder carismático que construye una narrativa de cooptación de la democracia. Esa presentación de la realidad debilita la legitimidad del sistema y hace más probable la posibilidad del autoritarismo. El populismo siempre coquetea con la ruptura del orden democrático, con la deriva en un gobierno autoritario.
Donde no hay polémica es en el reconocimiento de que esta ideología y práctica política ocurre en el marco de la democracia. Margaret Canovan lo define como la sombra de la democracia, como aquel liderazgo que aparece para amenazar el orden democrático. Pero más allá del riesgo de su deriva autoritaria, es una práctica que ocurre en democracia.
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