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Recuerdo la indignación que me causó la primera campaña electoral de Donald Trump. Parecía arrasar con todas nuestras concepciones de lo que podía ser un candidato al trabajo más importante del mundo. Pero recuerdo vívidamente mi adicción a él. Mi adicción a verme todos los debates. A no perderme un segundo de él, aunque me repugnaba. Era una adicción perversa, peligrosa. De alguna forma, me atraía el populismo sin escrúpulos. Sus ideologías odiosas, sus banderas a nombre de la división. Pero quizás más que nada, me atraía que tanta gente le parara bolas. Y fue buscando entender cómo la gente era capaz de ver en un personaje tan repulsivo tanta esperanza y tanto de ellos mismos, donde gasté horas y horas de mi tiempo. Solo ahora me di cuenta de que en esa búsqueda el único ganador fue él. Porque en vez de oír hablar a candidatos más sensatos, con ideas y propuestas fuertes, prefería oírlo a él balbucear, insultar e indignar.
Creo que todos tenemos una fascinación mórbida por los populistas. A los humanos, casi que instintivamente, nos genera curiosidad las historias de los asesinos en serie, y de los fraudes billonarios, hasta el más íntimo detalle, siempre con la pregunta ¿cómo?, ¿cómo son capaces de hacer esto? Pues creo que igual, también tenemos una fascinación innata por los populistas.
Ellos no son un fenómeno nuevo. Por eso me imagino, si hubiera estado presente en la primera mitad del último siglo, como me hubiera atraído oír y traducir los discursos de Hitler antes de que empezara la guerra. Escrudiñar su oratoria, buscando como sus palabras alzaban a un pueblo unido alrededor del odio y su propia grandeza. Como me hubiera resultado imposible no repetir y repetir los vídeos –aunque probablemente no hubiera tenido acceso a ellos– de Mussolini anunciándole la guerra al pueblo italiano. Porque creo que ser capaz de invitar a un pueblo a morir bajo el velo mentiroso de la gloria de la victoria esconde una capacidad fascinante.
“Popolo italiano, corri alle armi! e dimostra la tua tenacia, il tuo coraggio, il tuo valore!”
Pero ojo: no todos los populismos vienen iguales. No todos tienen la tenacidad ni provocan la misma curiosidad. Petro, por ejemplo, me parece un populista aburrido. La indignación sobre su discurso recae mucho más en su misma popularidad (¿cómo alguien tan aburrido y poco apto puede llegar al poder?) mientras que la de Chávez, de su mismo corte ideológico, abrumaba la curiosidad. En habilidades de ejecución, quizás Chávez era aún más peligroso –por lo menos a largo plazo– que Petro. Pero Chávez absorbía la atención de la política latinoamericana con sus incoherentes y divertidas incoherencias en Aló Presidente. Gritándole “Te metiste conmigo pajarito… eres un ignorante Mr. Danger… eres un burro Mr. Danger”, al presidente de los Estados Unidos (otro que era un populista aburrido).
Lula, de esta misma cohorte de izquierda latinoamericana tampoco llega al éxito de Chávez. Es insípido. Nadie nunca ha buscado en YouTube “mejores momentos lula”, como creo que algunos lo hemos hecho con Chávez, Trump, y ahora, Milei y Bukele. Ojo, todo este gran éxito ha recaído mucho en sus contrincantes. El imperialismo Yankee de Chávez, la inmigración y la China de Trump, la decadencia socialista mundial de Milei y las bandas criminales en el Salvador de Bukele. Como Batman y el Guasón, no pueden existir el uno si el otro. Y por eso me interesa ver cómo Bukele, por ejemplo, que ya declara como vencida la guerra frente a las bandas, encontrará a alguien más sobre quién posar su mano dura y su abuso de los derechos humanos
Todos estos populistas, sobre todo los contemporáneos, no solo han sido exitoso con sus bases electorales. Han sido exitosos llamando la atención del mundo entero. Como declaraba al principio, los votantes de Biden han leído mucho más sobre Trump que los de Trump sobre Biden. Los hinchas de Milei nunca vieron un vídeo de Massa hablando mientras que nadie se puede sacar de la cabeza los vídeos de Milei gritando “zurdos de mierda” y sacudiendo una motosierra.
Los populistas nos fascinan, en el sentido más literal de la palabra. Nos atrapan, nos dan vueltas, nos envuelven y a algunos (ya a muchos), nos convencen. Es difícil sacarle una conclusión accionable a esto. Yo seguiré leyendo todos los artículos de Milei y Bukele mientras ignoro los de Arévalo y los de Rodrigo Chaves. Y ahora que se pone fuerte la carrera en Estados Unidos, volveré, como en el 2016 y el 2020, a ansiar los debates presidenciales para ver con qué va a salir Trump.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-felipe-gaviria/