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Luisa García

Todo lo bueno tarda

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El 7 de agosto del año 2022 no se posesionó Gustavo Petro y Francia Márquez, se posesionó algo más…

Comencé en los procesos sociales a los 5 años, cuando mi vida transcurría entre mi casa, la escuela y una fundación religiosa que me acogió por casi 18 años. Hice consciente mi apuesta por lo social alrededor de los 13 años, cuándo junto a procesos cristianos empecé a caminarme la ciudad, a ver el hambre y la pobreza ya no sólo en mi casa o el barrio, sino al lado, en otras calles. Comencé a asisitir a entierros, varios jóvenes vecinos cayeron en el conflicto que se vive en Medellín, también vi a mis amigas convertirse en prepagos, vi a otros seres migrar y otros nos convertimos en obreros, en mi salón éramos alrededor de 40 estudiantes y solo 5 tuvimos la oportunidad de llegar a la universidad inmediatamente egresamos.

Luego cuando inicié mi pregrado en Trabajo Social, seguí siendo voluntaria, apoyé en la cárcel de menores, en más barrios populares y algunos municipios, también pude salir de Medellín y conocer el sur de Bogotá, los sures de Cali, Cartagena, Barranquilla y otros; todo esto haciendo trabajo con jóvenes, hablando de liderazgo y proyectos de vida.  En este camino, me acerqué a la izquierda, a las oficinas estudiantiles y otros procesos de formación política. Empecé a militar pero también a comprender porqué la situación en Colombia.

La RED CEPELA, pero también podría ser a otros procesos cercanos como Identidad Estudiantil, Congreso de los Pueblos, Marcha patriótica, Pachakuti, Convivamos, ACJ, Casa Morada, Picacho con Futuro, Ciudad Frecuencia, Movimiento Tierra en Resistencia, y otros tantos que no podría nombrar acá, me enseñaron qué era el capitalismo y cómo este se reproduce en nuestra cotidianidad y configura la ciudad, aprendimos sobre el concepto de democracia, la cuestión agraria en Colombia, el paramilitarismo, los contrastes y las consecuencias del conflicto armado,  sobre las élites que históricamente han dirigido el país y que hoy no son quienes inician un periodo habitando la Casa de Nariño.

En dichos escenarios problematizamos el empobrecimiento, la violencia, también al patriarcado (porque este se vive igual en cualquier ideología); allí pude cualificar todos mis años de trabajo comunitario, conocer la vida rural desde otro ámbito, asumir como bandera la educación popular, la democracia deliberativa, algunas posturas socialistas o socialdemócratas, la importancia de la formación política y afianzar posturas sobre esta, pude cualificar el trabajo colectivo, comprender los liderazgos y otros asuntos de la vida política que luego fui deconstruyendo en otros escenarios.

Mientras leíamos la historia de la Colombia, de la Unión Patriótica, de A Luchar, del surgimiento de las guerrillas, de los movimientos políticos, llorábamos con indignación el asesinato de seres que dieron todo por cambiar este país, desde docentes, candidatos presidenciales, artistas y líderes comunitarios, hasta interminables listas de personas que fueron asesinadas por pertenecer a opciones políticas distintas. Aprendimos a marchar, a pintar muros, a problematizar el Estado, pero también la ciudadanía. Aprendimos a construir procesos de transformación, sabíamos que esto sólo se generaba acompañando, trabajando hombro a hombro, intentando alejarnos de los sectarismos, pero sobretodo, teniendo claro el horizonte, aquello que nombramos: proyecto político.

En todo este camino, aprendimos que el proyecto político no se materializa solo, este requiere de voluntad y compromiso de los sujetos políticos que lo encarnan. No bastaban las grandes acciones, sino teníamos vocación de poder, es decir, voluntad y compromiso para asumir las decisiones colectivas, voluntad para ejercer, compromiso para romper, disposición a ser poder, para llegar a los escenarios de decisión de los que históricamente estuvimos excluidos. Vocación que aprendieron muchos de los rostros que ayer se posesionaron y que se parecen tanto a los nuestros.

Esta reflexión, que por tantos años nos ha costado no sólo muertos, sino muchas tensiones y rupturas en los movimientos sociales, toman forma en el Pacto Histórico, Francia y Petro lo encarnan; ellos son solo una muestra de lo que llevamos años aprendiendo “los de abajo” sobre la vocación de poder, entendiendo que no es con la guerra, sino con trabajo colectivo y dignidad que se construye, que hoy, como en toda la historia el presente es nuestro, sólo que desde otro lugar.

Ayer no se posesionaron Petro y Francia, ayer se posesionó un proyecto político que viene construyéndose hace décadas a muchos pulsos. Un proyecto político que cree en la deliberación, en la diversidad e interseccionalidad, un proyecto político con muchos colores de piel, con muchos tonos de voz, con muchas historias cargadas de dolor a nuestras espaldas, pero que cree en la paz, en la dignidad, en que cada persona tenga garantizada el cuidado, la comida, el techo y la tierra, cree en la libertad, en la preservación de los bosques, que cree que tenemos derecho a vivir tranquilos, a vivir sabroso.

Le agradezco a la vida que este momento lo haya experimentado en mi juventud, porque esa energía de aprender y transformar que me ha acompañado estos años en mi proceso, es la misma que hoy tienen tantos jóvenes que hace más de un año pararon este país exigiendo unos mínimos de dignidad y oportunidades, es la misma ilusión y esperanza que ha inundado a todas las personas que han decidido por participar en la vida política, por colectivizarse, por cambiar el no futuro al que hemos estado condenados.

Que la alegría y la esperanza que hoy nos invade nos haga conscientes que para este momento de cambio todos nuestros esfuerzos son importantes, ya conocemos los tiempos de oscuridad y somos expertos en ser oposición, llegó nuestro momento de hacer honor a la frase de Bretch, y continuar siendo imprescindibles para nuestro tiempo.

Que felicidad poder reflexionar estas letras junto a Violeta Maryposa, mi mejor amiga, quién me abrió el camino para la reflexión que acá les cuento y decidió escribir conmigo esta columna.

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