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En Medellín queremos vecinos, no nómadas digitales

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Paren la gentrificación. Una frase que ahora hace eco en la realidad de las familias y residentes de la ciudad, especialmente las de la clase más vulnerable, para quienes es cada vez más difícil pagar los precios de los arriendos, soportar el alza en el mercado, y sostener una vida digna compitiendo contra los dólares. 

La gentrificación es un fenómeno que ocurre cuando un grupo social que cuenta con más altos ingresos desplaza a otro de menores ingresos. En Medellín, puede ser explicado desde el turismo, que viene en un incremento exponencial después de la pandemia. En 2023 la cifra fue de 1.2 millones (casi la mitad del número total de habitantes), y aunque nadie niega los beneficios económicos detrás de la actividad turística, el costo que estamos pagando es muy alto a nivel social y cultural.

El acceso a la vivienda es cada vez más difícil, entre enero y octubre de 2022 la oferta de arriendos cayó casi en un 60%, en principio porque la actividad edificadora ha venido decayendo, pero esta problemática está siendo agudizada por la demanda de apartamentos en plataformas turísticas como AIRBNB (las llamadas rentas cortas), demanda generada por la turisficación desmedida.

No se ha dimensionado lo que esta nueva dinámica está representando para la ciudad, que pareciera reafirmarnos cada día que se construye para el entretenimiento del extraño y el morbo ajeno, sin ningún escrúpulo; y no para quienes residimos y nacimos aquí. Los barrios ya no tienen calles vivas sino líneas de hoteles, hostales y lofts. Ya no hay vecinos sino nómadas ganando en dólares e instalándose donde mejor les convino y donde les alcanza para todo. Cuando me hablaban hace 10 años sobre cómo soñábamos Medellín en un futuro, pensaba en muchas cosas, todas lejanas a lo que tenemos hoy.

Duele ver que comunas como la 13, nuestra más noble muestra de resiliencia, que se pintó con caras y colores en un acto profundo de memoria y en honor a todas las víctimas que padecieron las consecuencias de la guerra, sea ahora un lugar de ruido insoportable, de fiestas descontroladas, drogas, prostitución, de espectadores de muros, muros que para ellos no dicen ni significa nada. Laureles, El Poblado, Estadio, Aranjuez, Floresta, Belén, Buenos Aires, Manrique, todos impactados en menor o igual medida, han sido despojados de la tranquilidad, de la dinámica vecinal que es casi un pacto de amor entre quienes se saben pares, semejantes, amigos y quienes espontáneamente cuidan de lo que es suyo y es de todos. Es decir, son territorios que han sido despojados del cuidado.

El maestro Gilmer Mesa, con quien alguna vez tuve la oportunidad de compartir un espacio para reflexionar sobre este tema, decía que a Medellín no la están visitando turistas sino gamines, y aunque puede sonar insultante, creo que tiene razón; porque al final, eso es lo que pasa cuando una siente que le están quitando todo sin poder hacer nada. Solo queda lugar para la rabia, el desprecio, y el legítimo reproche social como único mecanismo de defensa colectiva. En Medellín ya casi no tenemos vecinos, pero sí tenemos mucha rabia y ojalá juntarla muy pronto para que estalle en esperanza.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/sara-jaramillo/

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