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Pablo Múnera

El triunfo del miedo y el extremo de la esperanza

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"Quisiera equivocarme, pero lo mínimo que nos puede pasar con un gobierno de cualquiera de los dos extremos es tener un país no solo polarizado sino también paralizado cuatro años más por las marchas, paros y bloqueos azuzados por la contraparte."

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Hasta hace unos pocos meses, medio país se declaraba hastiado de la polarización, el clientelismo y la corrupción, al tiempo que se sentía identificado con el centro político. Esta tendencia que mostraban las encuestas ya había sido vislumbrada por los extremos políticos del país, representados en la izquierda de Gustavo Petro y en la derecha de Uribe y su siempre elegido Federico Gutiérrez, aunque no sea ungido como tal.  

Convencidos de que en las elecciones presidenciales era más fácil derrotar a su némesis política que al candidato del centro, ambos extremos confluyeron en el propósito de aniquilar a la Coalición de la Esperanza. Apoyados en sus cuadrillas y medios a disposición, se ensañaron primero con Fajardo y luego con Gaviria, los únicos candidatos de su espectro político a los que veían presidenciables.

La estrategia era bien básica: infundir miedo ante uno y otro, acentuando la polarización y mostrándolos como el caballo de Troya del extremo antagonista. Los presentaban como el factor determinante que mantendría al país en el “neoliberalismo” ramplón que lo ha gobernado en las últimas décadas o, al contrario, como el que nos empujaría al abismo “castrochavista”. Estos y otros mantras se repitieron miles de veces, hasta convertirlos en “verdad” para millones de incautos.

Mientras tanto el centro y su coalición daban papaya un día y al siguiente también. Prometían unión y esperanza al tiempo que generaban divisiones internas y desilusiones externas. Llevaron su proyecto a un nivel de autodestrucción que hizo innecesario el desgaste de la derecha y la izquierda para desvirtuarlo. Uribe, Fico y Petro, que se creen tan listos, gastaron energía y recursos en un propósito superfluo. Los resultados del centro en las “primarias” del 13 de marzo fueron más producto de sus errores internos o del “fuego amigo” que de los ataques externos y ayudaron a consumar la profecía autorrealizadora que el uribismo y el petrismo les auguraban.

En las elecciones del 13 de marzo el centro favoreció y fortaleció el inobjetable triunfo del miedo y de quienes lo infunden y generan. Victoria que nos devolvió al peor de los mundos posibles: una polarización extrema que eclipsa la corrupción, el clientelismo y la desinstitucionalización, tres de los grandes males arraigados en nuestro remedo de democracia.   

Hoy en ambos bandos –porque así se comportan a veces– están haciendo alianzas con el diablo y con el infierno, so pretexto de un pragmatismo político que soslaya cualquier medio para el logro de los fines, sin ruborizarse por reciclar todo aquello que en la política colombiana debería ser ya desechable. Para la muestra el botón de César Gaviria, cuyas acciones suben al ritmo de la polarización.

Las reacciones al escrutinio de las elecciones del pasado 13 de marzo son la línea base que marcará el tono de la campaña presidencial entre dos facciones que se necesitan entre sí, porque retroalimentándose positivamente es que crecen, sin importar los daños colaterales a la institucionalidad del país. Más preocupante aún es los muertos que en sentido figurado y literal dejarán a su paso. Por eso es temible un gobierno de cualquiera de estos dos extremos, más que de sus probables gobernantes, Fico o Petro, que merecen un análisis aparte.   

Quisiera equivocarme, pero lo mínimo que nos puede pasar con un gobierno de cualquiera de los dos es tener un país no solo polarizado sino también paralizado cuatro años más por las marchas, paros y bloqueos azuzados por la contraparte. Recordemos que en el último año del gobierno de Santos era el uribismo el que las promovía, sin necesidad de recurrir a la violencia ni a desmanes públicos, porque el entonces impopular gobierno de Santos no tenía quien lo resistiera en las calles. Pero ante un eventual gobierno de Petro, las hordas uribistas difícilmente mantendrían la compustura. Desde ya es absolutamente predecile que desconozcan un posible triunfo de Petro y saquen su artillería, en el sentido literal del término.

Si el ganador es Federico Gutiérrez es igualmente previsible un desconocimiento del triunfo por parte de Petro. Sin tener pruebas claras o contundentes y con una diferencia de casi tres millones de votos afirmó en su biografía que Duque le robó las elecciones hace cuatro años, de modo que no hay razón para suponer que ahora acepte derrota alguna.

La capacidad de autodestrucción que tuvo el centro el 13 de marzo la podrían tener estos bandos en la primera vuelta del 26 de mayo. Es difícil pero no improbable que su polarización y clientelismo sin límites hastíen a los electores y tal vez recuerden las razones por las que hace unos pocos meses se identificaban políticamente con el centro.

Si Fajardo y su equipo entienden esta realidad de la “dinámica política” tal vez sea posible mantener encendida la luz del centro. Por mí parte, nunca la he apagado y sigo aferrado al extremo de la esperanza.

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