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Martín Posada

Bendito Diablo

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Un demonio pacífico. Una contradicción. Una imposibilidad. Pero también, una realidad que sucede cada dos años en Riosucio, Caldas. La etapa de consumación del Carnaval del Diablo se llevó a cabo entre el seis y once de enero de este año. Quién diría que, a pesar de la fuerte oposición que todavía existe entre algunos locales, detrás del símbolo del diablo hay una valiosa historia de reconciliación y diversidad.

Antes de que existiera Riosucio, se encontraban dos pueblos: Real Minas de Quiebralomo y La Montaña. El primero era habitado por mestizos, población minera que llegó al territorio en busca de oro entre las montañas. El segundo era habitado por población indígena, descendientes de la comunidad ancestral Pirza, quienes, en 1627, fueron despojados de sus tierras y traslados hacia la Vega de Supía por parte de los españoles.

[A] 22 días del mes de marzo de 1627, el señor doctor Lesmes de Espinosa y Sarabia (…) dijo que su merced ha mandado reducir y poblar en el nuevo sitio de la Vega los indios de Sonsón que se trajeron de la jurisdicción de la ciudad de Arma, y los de Supía la alta, y los indios de Supía la baja y los de Pirza y Umbría, para que sean doctrinados todo el año, y para que con efecto se ejecute [haga] esta población y los ganados se echen fuera y se demuelan los hatos donde están”.

Sin embargo, en 1759, los indígenas de La Montaña compraron los antiguos terrenos Pirza a la española Catalina Jiménez. Como lo escribió el alcalde de Anserma en 1771, no era extraño que los indígenas de La Montaña compraran el terreno, pues “eran los más pudientes y comerciantes de la región”. Además, según explica, “[l]os naturales de dicho pueblo son devotos al culto divino, de no mala índole (…). Estos indígenas tenían ya una fuerte influencia por parte de la religión católica, pero también conservaban varias de sus costumbres.

Así, existían profundas diferencias históricas y territoriales entre los habitantes de Quiebralomo y los de La Montaña. Ambos pueblos se disputaban las tierras donde hoy se ubica Riosucio. En la parte alta, los habitantes de Quiebralomo construyeron un templo consagrado a San Sebastián, mientras que, una cuadra más abajo, los de La Montaña construyeron uno consagrado a la Virgen de la Candelaria. La discordia era tal que, en un momento, se edificó una especie de muro de tapia para mantenerse separados. 

Dicho conflicto cesó en 1846 con la intervención de los sacerdotes de cada uno de los pueblos: José Ramón Bueno y José Bonifacio Bonafont. Estos reunieron a los habitantes para exigirles que se convirtieran en un solo pueblo, pues de no hacerlo, el mismísimo Satanás los castigaría. Por medio del diablo, los dos padres lograron demoler el muro que separaba los pueblos. Pero esta no es siquiera la primera aparición del demonio en la historia del Carnaval.

El diablo ya rondaba el territorio del actual Riosucio antes de actuar como conciliador. El cronista español Pedro Cieza de León escribió que los Pirzas (antiguos habitantes del territorio) “[h]ablan con el demonio (…). Llaman al diablo xijarama [sic], y a los españoles tamaraca. Son grandes hechiceros algunos de ellos y herbolarios”. Pero Xijarama no era un diablo, se trataba de un dios. Dios al que se le rendía, y rinde, culto en el cerro Batero.

Este cerro se ubica en Quinchía, en los límites con Riosucio. Cieza de León escribía que “(…) hay otro más encumbrado cerro a quien llaman de Buenavista [Batero] donde también se les aparece el demonio sólo a los jeques, por ser éste su gran santuario a donde solo ellos suben por ser la subida escabrosísima y de peña tajada, por escaleras de guaduas, por donde gatos aún no pueden bajar y debe de ser que el diablo tiene las escaleras y les da la mano para despeñar sus almas de más alto a los infiernos.

Así, en Riosucio siempre ha existido un diablo que no es diablo. Para celebrar la unión de los pueblos se realizó una fiesta en honor de los Reyes Magos. Fue en 1915 cuando esa fiesta se le encomendó al diablo. ¿Por qué hoy se conoce como el Carnaval del Diablo? Las explicaciones son diversas y quizás, con el pasar de los años, ninguna sea correcta. En cualquier caso, si bien el diablo es per se una figura bíblica, si algo es claro entre la población es que su demonio no es el católico. Antes de presentar al diablo en el Carnaval de este año, se aclaró que:

Muchos no han entendido por su credo apostólico que ese diablo católico no es el riosuceño, el nuestro es muy distinto, pues lo colman  virtudes como unir multitudes entre risas de ensueño. Al diablo de la biblia por su orgullo y pecado le fue bien asignado ser símbolo del mal. Al diablo que queremos se le dio por misión preservar nuestra unión durante el carnaval.

Y es que el diablo de Riosucio representa y reúne a tres culturas: la indígena, la española y la africana. El diablo actúa como un símbolo de unidad y reconciliación en un país de santos y guerra.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/martin-posada/

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