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Santiago Silva

Una conversación nacional

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"No solo los colombianos y colombianas quieren y pueden conversar, al hacerlo mejora sus niveles de confianza entre ellos y potencialmente, respecto a las instituciones. Sobre esta certeza deberían gobiernos, organizaciones y ciudadanos mantener el esfuerzo, costoso en ocasiones, pero necesario, de espacios y escenarios de conversación."

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El pasado 24 de marzo la iniciativa Tenemos que hablar Colombia presentó su primer informe de resultados. Luego de meses de abrir conversaciones para que más de 5.000 colombianos y colombianas dialogaran por cuatro meses y medio en 2021. Los invitamos desde seis universidades, EAFIT, Los Andes, la Nacional, la del Valle, la del Norte y la Industrial de Santander, y dos organizaciones, la Fundación Ideas para la Paz y el Grupo SURA. Los resultados se centran en proponer seis aprendizajes generales sobre la experiencia de conversación y seis mandatos ciudadanos salidos de los pedidos de los participantes.

En tenemosquehablarcolombia.co pueden revisar el informe y conocer en detalle estos puntos. Pero quisiera concentrarme en comentarles tres asuntos que incluidos o relacionaos con estos aprendizajes y mandatos, destacan en mi cabeza luego de casi un año de conversaciones, presentaciones y espacios de interacción con tantos ciudadanos y organizaciones del país.

En primer lugar, un dato. El año pasado Tenemos que hablar Colombia propició 1.453 espacios de conversación en los que 4 o 5 personas se encontraron, sin conocer de ante mano con quién estarían, para hablar sobre sus angustias del presente y sus esperanzas para el futuro. Pensando en la polarización que se siente cotidiana en redes sociales y en las tensiones propias del debate público reciente en Colombia, habíamos preparado un protocolo para intervenir en situaciones complejas en las que insultos o peleas obligaran a detener la conversación. Nos imaginamos que se usaría bastante, pero al final, solo tuvimos 16 incidentes de esta naturaleza entre los cientos de espacios de conversación. Las personas no solo quieren conversar, lo pueden hacer con niveles razonables de cordialidad y proposición, siempre que se cumplan algunas condiciones, en particular, claridad sobre reglas de juego y objetivo del espacio.

Lo segundo es que el principal reto que enfrenta Colombia en términos de consolidación y desarrollo democrático es la profunda desconfianza que hay en sus instituciones públicas y actores políticos. A la pregunta sobre quiénes pueden adelantar los cambios que proponían los participantes en las conversaciones, los colombianos y colombianas señalaron una lista larga de personajes institucionales y grupales, pero la tendencia fue a desconfiar de la voluntad y motivaciones de las entidades públicos y los actores políticos en la posibilidad del cambio social. Los participantes, luego de dos horas de conversación, de reflexionar y proponer, de discutir y acordar, llegaron en muchos casos a la conclusión, informada por la desconfianza, de que difícilmente las cosas cambiarían.

Finalmente, frente a un país que quiere conversar y un país que desconfía de su política, sus políticos y sus instituciones, una oportunidad. Luego de aplicar varias encuestas y hacer un ejercicio semi-experimental con los participantes, encontramos que luego de las conversaciones, las personas reportaban sentir más confianza por los demás. Exponerse a ideas y personas distintas en un escenario de conversación controlado, imaginar el futuro del país y constatar al final que tenían mucho más en común con otros colombianos de lo que creían, construyeron confianza interpersonal.

Y de estas tres ideas, una propuesta fundamental. El diálogo debe continuar, la conversación entre ciudadanos es un fundamento de una sociedad democrática. No solo los colombianos y colombianas quieren y pueden conversar, al hacerlo mejora sus niveles de confianza entre ellos y potencialmente, respecto a las instituciones. Sobre esta certeza deberían gobiernos, organizaciones y ciudadanos mantener el esfuerzo, costoso en ocasiones, pero necesario, de espacios y escenarios de conversación.

Por eso venimos diciendo, con la ilusión que en ocasiones permite la evidencia, que, en Colombia, quién conversa, confía.

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