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Paisalandia, volumen I

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“Bajo estos cielos divinos me obligaste a vivir en el infierno de la desilusión. Pero no podía abandonarte a los mercaderes que ofician en templos de vidrio a dioses sin espíritu.” Medellín, a solas contigo. Gonzalo Arango.

La raíz griega “Ethos” hace referencia a una serie de características o patrones de comportamiento de determinado individuo o grupo humano, es la radiografía de su esencia, de sus costumbres, de sus tradiciones, de sus gustos, de su escala de valores y de sus aspiraciones. Como toda sociedad, los paisas tenemos nuestro ethos, uno que nos retrata y nos define. Fascinación y locura, son, para mí, las dos palabras que mejor pueden definir la oscilación del ethos paisa.

En nuestra sociedad de contrastes, podemos ver como la genialidad, la pujanza, la innovación y la belleza se contraponen con la decadencia y las peores miserias humanas. Hoy empiezo una serie de columnas en las que espero retratar algunas de estas realidades con las que coexistimos en Paisalandia y sus alrededores.

Un día bajaba por la avenida Las Palmas a la media noche, de repente, a la altura del intercambio vial con Los Balsos, noté una congestión particular para esa hora. La razón era que un río de gente, motos y carros invadía parte de los dos carriles, y los conductores debíamos tener cuidado al transitar por el espacio que dejaban entre la vía y el separador. Me generó asombro y consternación, el aturdidor ruido de los motores, los parlantes con música a todo volumen, el consumo desaforado de alcohol y de drogas y una multitud de personas delirantes era un elemento más de aquel cuadro grotesco. Me pregunto por qué cada semana se repite este espectáculo, sin que nunca pase nada ¿Ineficacia de la norma? ¿Incapacidad de la autoridad? ¿Complicidad? ¿Importaculismo?

Me detuve a detallar y pensar en los elementos de aquella escena. Fue irremediable asociarlo con esa estética tan propia de esta ciudad, marcada por la escala de valores mafiosos que llegó para quedarse en el inconsciente colectivo desde los años oscuros en que el narcotráfico permeó todos los estamentos de nuestra sociedad.

Y aunque superamos la matazón de aquellos años y la ciudad en la que le ha tocado crecer a mi generación es menos hostil que la que vivieron nuestros padres, aún hay estos resquicios de mafia presentes en la cotidianidad de este valle. Me pregunto si es que estamos condenados a replicar modelos, resignados a asumir que estos sean los estándares aspiracionales de la mayoría de los que nacen aquí.

 La opulencia, la búsqueda a cualquier costo del dinero, el desafío de la ley, la cosificación de la mujer, etc. Todos esos patrones de comportamiento son los que se deberían combatir en una batalla cultural. La mafia no murió en el tejado de una casa, en cambio, mutó, creció, se fortaleció y se enquistó. La estatura moral de una sociedad no puede permanecer intacta si se convive con esto o se finge indiferencia. Rechazar y combatir aquellas prácticas degradantes debería ser un acuerdo común, un propósito que articule a diferentes actores públicos, privados y académicos.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/samuel-machado/

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