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Las lectoras del Quijote

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Tengo varios libros por leer. Siguen envueltos en la película de plástico esperando que algún día me decida por leerlos. Ojalá algún día lo haga, aunque sé que algunos nunca los leeré. Es un secreto que compartimos los lectores. Muchos llegamos a conservar más libros de los que realmente logramos leer. A mí, en particular, me gusta comprarlos “para después”. Algunos, los de ‘no ficción’, intento leerlos tan pronto los adquiero. Pero otros, los de literatura, los guardo “para después”. Cuando quiero leer una novela acudo a esa reserva y me dejo sorprender por el azar. No tengo un plan de lectura.

A veces resulta que me quedo enganchado. Puedo leer la misma novela un par de veces porque siento que con una no es suficiente. Eso me pasó recientemente con “Las lectoras del Quijote” de Alejandra Jaramillo Morales. El libro lo compré supuestamente “para después” pero no me aguanté la tentación y quise leerlo a los pocos días. Una novela histórica, ambientada en la Bogotá del siglo XVII, una pequeña ciudad hispánica traslapada sobre el valle sagrado de Mhuykyta y próxima a cumplir su primer centenario.

Las otras noveles siguen allí aguardando el “para después” porque esta novela en particular me la estoy leyendo por segunda vez y muy despacio. Dos mujeres, una mhuysqa y la otra sevillana, de dos mundos muy distintos, construyen una amistad improbable alrededor de un libro prohibido para las mujeres de la época: El Quijote. No podía ser otro libro, por supuesto.

La autora reivindica el papel transformador de la lectura y especialmente de la literatura. Es el giro hermenéutico puesto en práctica. Lectores del siglo XXI transformados por lectoras imaginadas del siglo XVII. Es la lectura cristiana de ‘El Quijote’ lo que lleva a Inés a combatir la corrupción en la sociedad bogotana, pero también lo que le da un sentido a su propia vida cuando siente que nada lo tiene.

Leyendo esta novela fue inevitable recordar un trabajo de otra mujer, la historiadora Lynn Hunt (La invención de los derechos humanos) en el que defiende la idea de que la literatura cumplió un papel determinante en la estimulación de la empatía en cierta élite intelectual que resultó fundamental para la redefinición de lo humano en la tradición occidental y el reconocimiento de los derechos individuales en las sociedades modernas.

Gracias al libro, pero no como amuleto, sino como lectura, Inés desarrolla cierta empatía por el ingenioso hidalgo y aprende, casi sin darse cuenta, a ver el mundo de otra manera. Ambas, Inés y Suánika son el quijote y Sancho. Ambos al tiempo. De esta manera, la lectura se convierte en espacio de encuentro para hacer más llevadero el hecho de tener que habitar una ciudad que les es ajena. Para Suánika es la ciudad intrusa, construida por “los de allá” profanando lo sagrado. Para Inés es la ciudad del pecado, gobernada por una élite corrupta. La Bogotá de esa época es diseñada por y para españoles y construida por indígenas.

Lo sagrado está en el centro del relato como componente indisoluble del habitar el territorio pero también como el ámbito en el que las protagonistas, a su manera definen su papel en el mundo. Ambas mujeres son profundamente espirituales y, através de ellas, la autora explora las tensiones morales que subyacen a sus creencias. Inés es católica, casi monja, y desde ese lugar cuestiona permanentemente los límites de su fe. Suánika se reconoce como hija de Sua “el sol creador” y, a través de ella, Alejandra Jaramillo nos ofrece una rica inmersión en la cosmogonía muisca. En fin, un deleite.

Una obra escrita con rigurosidad histórica. Una manera original de contar un pasado del que poco sabemos. Para algunas personas, la novela histórica implica el riesgo de tergiversar el pasado y desfigurarlo. Sin embargo, esta obra en particular pone luz sobre aspectos del pasado en los que pocas personas se han atrevido ahondar. No quiero continuar con más detalles porque siento que me estoy acercando peligrosamente a los límites del spoiler. Sencillamente quise compartir con usted un poquito de la fortuna que encuentro cada que tomo uno de mis libros de la sección “para después”. Imaginar la Bogotá del siglo XVII y sorprenderme con lo que es hoy, unos cuatro siglos después; imaginar como era la ciudad cuando los ríos San Francisco y San Agustín corrían libremente; imaginar a Inés y a Suánika imaginando al Quijote; imaginar a la autora pensando en el impacto que pudo tener en una mujer del siglo XVII una lectura prohibida o tratando de recrear en su cabeza los viajes cósmicos de Suánika… Definitivamente, parafraseando a Heráclito: No leemos dos veces el mismo libro.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/miguel-silva/

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